Durante el tiempo en que me he atendido mujeres con problemas de adicción al sexo o a las relaciones, he visto que uno de los mayores retos para ellas es cortar con una relación sentimental enfermiza (un noviazgo, una amistad e incluso un cónyuge). El pánico, la desesperación, la duda, la mentira y muchas cosas más se apoderan de ellas. Puedo identificarme con esos sentimientos, a mí también me ha sucedido.

Las mujeres fuimos creadas por Dios como su representación de conexión y sustento en la humanidad, entre otras cosas. Es parte de la configuración de una mujer el establecer relaciones y nutrirlas. Es tan propio de una mujer, que creamos relaciones hasta con nuestras pertenencias. Déjame mostrarte un ejemplo cómico y exagerado, con el cual quizás te identifiques:

Imagina que estás ordenando tu ropa, y notas que ya tienes muchos zapatos viejos que ya no usas. Alguien te sugiere que tires ese par que eran tus “favoritos”. Tu respuesta inmediata más probable sería “¡Por supuesto que no! ¡Hemos vivido tantas cosas juntos!” ¿Ves? Nosotras establecemos vínculos emocionales con todo y con todos.

El enemigo apela a esa configuración para presentarnos el pecado que más nos atrae. Por eso quizás tu pecado sexual es relacional, incluye a otras personas y a tus sentimientos por ellos:

  • “He tenido sexo con mis novios en el pasado para retenerlos cuando siento que quieren abandonarme”.
  • “Estoy saliendo con un hombre casado, sé que está mal pero es el único dispuesto a estar conmigo”.
  • “Mi esposo me es infiel, pero lo tolero porque si lo confronto me abandonaría”.
  • “Todas mis relaciones de amistad con hombres se convierten en algo sexual”.

¿Qué sucede aquí? ¿En qué momento perdimos las habilidades de relacionarnos sanamente con el mundo que nos rodea? ¿Cuándo nos volvimos dependientes hasta el punto de que es enfermizo?

Todas estas situaciones tienen un denominador común. En medio del sufrimiento por el pecado, nos preguntamos a nosotras mismas, “¿Por qué no puedo salir de esta relación que me daña?”

Amiga, entiendo que tu situación puede ser muy compleja, más allá de lo que estas líneas puedan describir. Para encontrar claridad te recomiendo buscar consejería,. Busca a alguien que te ayude a estudiar tus esquemas familiares y patrones de conducta, y a elaborar estructuras que te permitan sostenerte cuando una relación termine. En medio de este gran reto, quiero dejarte con un principio clave que te de esperanza para empezar:

En Juan 15, Jesús enseña que debemos estar unidos a Él y se compara a sí mismo con una vid, el tronco al que se conectan las ramas que llevan las uvas. Jesús enseña que Él es la vid verdadera y nosotros somos las ramas (puedes leer el capítulo completo para tener el contexto). En medio de su enseñanza, encontré una verdad impresionante:

Ciertamente, yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada. Juan 15:5

“Separados de mí, no pueden hacer nada.” No es una burla a nuestra incapacidad, más bien es una promesa de que nuestras acciones grandes y pequeñas dependen de él, y se sostienen por él.

Sin embargo, cuando estamos atadas a una relación pecaminosa, parece que sustituimos a la persona de Jesús, por ese ser humano a quien hemos hecho el centro de nuestra vida:

  • “Separada de mí novio no puedo hacer nada. El mundo se me viene abajo.”
  • “Separada de mí esposo no puedo hacer nada. ¿Quién me va a proveer?”
  • “Separada de ese amigo no puedo hacer nada. ¿Quién me va a poner atención?”

No es posible adjudicarle las palabras de Jesús a una relación humana. ¡Toda la atención, provisión, y cariño de un ser humano son tan poca cosa comparada con Su amor eterno!

¿Cómo cambiaría tu perspectiva si lo planteas de manera diferente? Dilo de manera que hagas a Dios el centro de tu vida: “Si no tuviera a Dios de mi lado, si no conociera a Jesús, si Él no fuera parte de mi vida, si decidiera alejarme de Él… entonces sí, mi mundo entero se vendría abajo, mi vida perdería sentido, perdería su provisión divina, ya no tendría el amor verdadero, ¡pierdo todo!”

¿Ves el cambio que provoca esta perspectiva? Nuestra dependencia debe ser de Dios, no de un hombre. Nuestra naturaleza es para conectarnos con un hombre, pero no para poner toda nuestra esperanza y validación en él. Jesús es el que garantiza que sigas funcionando aún cuando una pareja te haya abandonado. Él te dará sus fuerzas. Con Cristo de tu lado, sí puedes seguir adelante. Sí tendrás provisión. Si tendrás atención del Padre más amoroso que hay.

Puedo asegurarte que Dios se encargará de enseñarte porqué tus relaciones no son sanas, a través de la convicción del Espíritu Santo. Pero primero, considera que tu falta de dependencia de la fuente verdadera es un pecado. Has sustituido a Dios por un hombre, para satisfacer tus deseos. Quizás has hecho a tu amigo, a tu novio o a tu esposo el máximo poder en tu vida. El primer paso para tu restauración es arrepentirte, y regresar al Señor. Luego podrás empezar a avanzar con su respaldo de tu lado.

En el mismo capítulo de Juan 15 encontramos este pasaje que pareciera que fue escrito especialmente para nuestro corazón femenino:

Yo los he amado a ustedes tanto como el Padre me ha amado a mí. Permanezcan en mi amor. Juan 15:9

¿Puedes permanecer en su amor, no cualquier amor… sino SU AMOR?