La Biblia enseña el valor de contar con otros creyentes durante nuestra restauración. Contamos unos con otros para aconsejarnos, consolarnos y llamarnos la atención. También nos pide mostrar misericordia unos con otros.

Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos. Santiago 5:16 NTV

El apóstol Pablo hace un llamado para los creyentes que ya están más firmes en su fe, usando la frase “ustedes que son espirituales”. A esas personas les pide que restauren al que es sorprendido en pecado:

Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado. Gálatas 6:1 NVI

Cuando nosotros enseñamos este principio en nuestros programas, la reacción usual es de temor y rechazo. Muchos cristianos han sido atacados sin misericordia después de haber confesado un pecado a alguien más, y se rehúsan a intentarlo de nuevo.

¿Cómo animar a alguien entonces a obedecer este principio, cuando su experiencia ha sido devastadora?

La Palabra de Dios no necesita anécdotas para ser válida, pero quiero contarte lo que he aprendido sobre cómo el confesar unos a otros nuestro pecado es una herramienta infalible para matar un hábito de pecado:

  1. A veces las personas a quienes escogimos contar un pecado no son “espirituales”. No usan la Biblia como un estándar para dar un consejo, y sus intenciones no son ayudarnos a dar gloria a Dios, sino que tienen su propia agenda, incluso el hacernos daño. Yo reconozco que escogí mal en el pasado a quien contar algunas cosas. A veces la desesperación por contar un secreto me hizo pensar que cualquier persona era mi amigo, y luego me di cuenta del error. Ahora prefiero dejar que un tiempo pase para evaluar si la persona a quien deseo hablarle está dando fruto en su conducta (ese fruto que yo no veo en mi vida y que precisamente me hace buscarle para pedir ayuda).
  2. A veces las personas que critican el pecado sexual de los demás están hundidas en su propio pecado sexual. No tienes idea de cuántas veces hemos visto eso suceder. Trata de ver un poco más allá de la crítica y verás a alguien que puede estar sospechosamente “demasiado alterado” por tu pecado.
  3. Como dice el texto, todos tenemos iguales posibilidades de recaer en pecado sexual. No existen dos bandos de personas, “los pecadores” y “los ayudadores”. Un día estaremos restaurando a otros y al día siguiente pidiendo ayuda. Pide ayuda a otros sabiendo que no eres inferior a ellos, y si estás restaurando a alguien, ora por mantenerte en humildad.

Mi experiencia personal con este tema.

En una ocasión yo le fallé a un buen amigo que me confesó su pecado, y lo juzgué en forma severa por considerarlo un ingenuo y débil ante el pecado. Unos meses después, convencido de mi horrible error, y necesitado yo mismo de ayuda, lo busqué para pedirle perdón. Con mucha honestidad me dijo, “después de una reacción así, no me quedaron ganas de exponer un pecado contigo jamás”. Yo sé a lo que se refería.

Luego conversamos de cómo mi amigo había sido libre desde que confesó a Dios y a otros creyentes su pecado. En los meses que habían transcurrido no había tenido luchas significativas con ello. Sin embargo, en mi propia vida, la crítica y falta de misericordia se había convertido en temor y crítica hacia mí mismo, con los cuales yo había estado batallando desde el incidente. Ahora yo era el que estaba pidiendo perdón por el pecado de orgullo, y necesitado de ayuda. Creo que ambos notamos la ironía de este cambio de papeles.

Mi amigo con mucha gracia me perdonó y mis luchas contra el orgullo empezaron a desaparecer. Ese día reconocí una vez más que la Biblia nunca falla. Sus mandamientos son vida y producen el mejor fruto. Nosotros los humanos somos los que nos fallamos unos a otros.

Desde entonces, ha sido mi consejo para quienes me comentan que alguien los ha juzgado después de confesar un pecado:

“Nunca olvides que el que fue obediente en seguir la convicción del Espíritu Santo, fuiste tú. Tú sacaste a luz un pecado y has sido libre de él desde entonces con la ayuda de Dios. Quien falló fue la persona que te hirió. Esa persona será responsable ante Dios por ese pecado, pero tú no. Nunca te limites a ser obediente a la Palabra en estos temas, sólo por las imperfectas reacciones de otros creyentes”.

Que Dios nos ayude a todos a matar nuestro orgullo cada día y a extendernos la mano entre nosotros cuando nos veamos en necesidad…