La culpa es una condición relativamente fácil de identificar. Por lo general podemos conectar los puntos entre el dolor que sentimos como consecuencia de algo que hicimos o dejamos de hacer.

La culpa en sí misma puede ser un instrumento para guiarnos al arrepentimiento. Nos ayuda a reconocer cómo hemos transgredido los estándares de Dios. Ese arrepentimiento producirá en nosotros un anhelo de cambiar, de dejar nuestros malos caminos, y acercarnos a Él.

Pues la clase de tristeza que Dios desea que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación. No hay que lamentarse por esa clase de tristeza; pero la tristeza del mundo, a la cual le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual. 2 Corintios 7:10 NTV

En esta nota no quisiera que al final concluyeras pensando “me identifico con esta descripción, gracias”. Más bien quisiera que consideraras esta idea: “estas conductas me impiden arrepentirme, necesito detenerme”. Esta nota es para ayudarte a interrumpir el ciclo de culpa y recaer en pecado, y volver a sentirte culpable.

Verás, la misma naturaleza pecaminosa que nos impulsó a hacer lo malo, también nos tratará de engañar para que no identifiquemos la necesidad de arrepentirnos, y para que sigamos recayendo una y otra vez.

La culpa es como un árbol maligno que da fruto podrido. A veces nos enfocamos en arrancar estos frutos (la ira, el abuso y la lujuria), pero nos frustra ver que al arrancarlo, vuelve a salir otra vez. Sólo si matamos al árbol desde la raíz, impedimos que ese fruto podrido vuelva a nacer. Hablemos un poco de esos tres frutos de la culpa: ira, abuso y lujuria.

Por lo general, la culpa comienza con ira que sale a la superficie, primero en la forma de aborrecimiento hacia nosotros mismos. Nos golpeamos, nos maldecimos, queremos castigarnos. Estamos enojados por lo estúpidos que fuimos al recaer otra vez, y por no poder cambiar ni mejorar. Confirmamos que somos los mismos de siempre, tan deficientes – y en nuestra mente creamos esta idea de todo el mundo puede ver lo que hicimos, y que creen que somos lo peor.

Ese enojo puede llevarnos en varias direcciones. Una de ellas puede ser subestimarnos a nosotros mismos en valor y méritos personales. Nos convencemos de que todos nos ven sin valor, y empezamos a tratarnos de manera despectiva: Descuidamos nuestro cuerpo, nuestra alimentación, o nuestras finanzas.

En el afán de librarnos de esa culpa, decidimos hacer algo para admitir que somos sucios, y así quizás nos sentiremos libres de sentirnos acusados. Pensamos que al volver a pecar, la gente pensará “ya ven, es el mismo de siempre, no vale la pena seguir acusándolo, dejémoslo en paz”.

Pero ese enojo también puede volcarse hacia los demás, en forma de ofensas y crítica, control y manipulación. Si nosotros no podemos ser libres de culpa, vamos a recordarles a todos los demás por qué tampoco pueden serlo.

Nos ponemos en contra de las personas que quieren ayudarnos. Agredimos a la gente que más nos quiere, y los manipulamos con nuestros trucos emocionales y chantajes. Ese enojo se convierte así en abuso. Abuso hacia los demás y abuso hacia nosotros mismos.

Esto va de mal en peor cuando el abuso se junta con la lujuria y la inmoralidad sexual. Si la culpa te hace menospreciar la dignidad que Dios ha puesto en ti como ser humano, el siguiente paso lógico es menospreciar la dignidad de otros seres humanos. Así es como reducimos a las personas a objetos deshumanizados para nuestro propio placer. Las tratamos como si no tuvieran alma ni vida, o como si su existencia fuera para satisfacernos. Esa idea se convierte en conductas como filtreo sexual, infidelidad, promiscuidad, masturbación y consumo de pornografía.

Resumiendo, en este ciclo de culpa puedes usar las tres conductas como alertas. Cuando identifiques que estás comportándote de esta manera, puedes hacer un alto en seco y orar al Señor. Pídele que te llene de arrepentimiento genuino para regresar a él.

Cuando empieces a sentirte enojado después de una recaída, busca a Cristo.

Si empiezas a gastar tu dinero o a atorarte de comida después de una recaída, o cuando estés haciéndole la vida imposible a los que te rodean, detente y pregúntate si es tu culpa, y ora por arrepentimiento.

Y cuando estés repitiendo la misma conducta sexual que empezó todo el ciclo, detente y busca el arrepentimiento. Es cierto, en esta etapa es donde más difícil es detenerse, pero no te dejes llevar por el engaño. Es cierto que ya caíste una vez en pecado, pero no necesitas seguir un ciclo de semanas o meses en recaídas. Aún es una oportunidad para regresar a Cristo.

¿Puedes orar hoy para que el Señor te conceda la fortaleza para arrepentirte?