Un amigo me contaba luego de una tragedia que vivió en casa, que sus amigos cristianos se acercaban diciendo “es que no sé qué decirte”, y luego lo comprobaban, diciendo cosas imprudentes.
Sé que los amigos cristianos no lo hacen con mala intención. Lo sé porque yo mismo me he encontrado en el papel de consolar a alguien diciéndole cosas como “Dios va a usar la infidelidad de tu esposa para glorificarse” (y luego me dan ganas de ir a estrellarme contra la pared por no haber dicho algo más atinado).
Y también he estado con el corazón quebrado, enojado con todos los que se me acercan a tratar de consolarme. Pero al demandar de ellos “las palabras correctas”, nunca se me ocurrió que sólo estaban respondiendo al llamado que Dios puso en su corazón de ir a buscarme. Nunca agradecí que Dios me los enviara, aunque no eran “lo que yo esperaba de los cristianos”.
En vez de eso, me desilusioné “de la iglesia” y “de la gente” y me resentí, incluso con Dios.
Hoy creo que una de las mayores razones de nuestra agonía emocional en una crisis es que no hemos identificado el amor del Salvador a través de la presencia de nuestros amigos. No valoramos todos los riesgos y prejuicios que vencen (especialmente entre nosotros los hombres) para ir a consolarnos.
Hoy leía la historia bíblica de Lázaro, y de sus hermanas María y Marta. Estos tres hermanos eran los mejores amigos de Jesús. Pero cuando Lázaro enfermó gravemente, Jesús estaba lejos, en parte por las amenazas de muerte que había recibido en Betania, donde estos hermanos vivían. Por eso no es poca cosa que Jesús decida ir a verlos. No era “un milagro más”, sino “voy a ver a mis amigos a pesar de las amenazas de muerte”;
Jesús invita a sus discípulos a acompañarlo. No los obliga, los invita:
3 Así que las dos hermanas le enviaron un mensaje a Jesús que decía: «Señor, tu querido amigo está muy enfermo». 7 Pasado ese tiempo, (Jesús) les dijo a sus discípulos: —Volvamos a Judea. 8 Pero sus discípulos se opusieron diciendo: —Rabí, hace solo unos días, la gente de Judea trató de apedrearte. ¿Irás allí de nuevo? 9 Jesús contestó: 11 Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero ahora iré a despertarlo. 13 Ellos pensaron que Jesús había querido decir que Lázaro solo estaba dormido, pero Jesús se refería a que Lázaro había muerto. 16 Tomás, al que apodaban el Gemelo, les dijo a los otros discípulos: «Vamos nosotros también y moriremos con Jesús». Juan 11
Piensa en las preguntas que atravesaban la mente de los discípulos que acompañaron a Jesús:
Nada de esto tiene sentido. ¿Qué diferencia hacemos nosotros si Lázaro ya murió? Los judíos dijeron que nos matarían la próxima vez que vayamos por allí. ¿Y qué sabemos nosotros de medicina? ¿Qué vamos a decir para que la gente deje de llorar? Ya hemos hecho varias torpezas antes. Pero vamos a consolar a María y a Marta, aunque sea hoy cuando muramos.
Quizás tus amigos no tengan el nombre de discípulos, nombres como Natanael, Santiago o Juan, pero sí son amigos que cuando se enteran de la infidelidad de tu esposa, siguen la invitación de Jesús: “Ve a visitar a (tu nombre), no pienses en lo difícil que es, este es el momento de hacerte presente”.
Estos son los amigos que…
…han pagado tu cuenta en un restaurante porque saben que estás corto de dinero (o porque estás tan aturdido que ni sabes dónde está tu billetera).
…compraron regalos para tus hijos en la Navidad pasada o en sus cumpleaños.
…se han ofrecido a pasar por ti para llevarte a la iglesia, y no se avergüenzan porque andas vestido sin ningún orden aparente.
…han hecho una compra entera de supermercado para dártela sin decir nada.
…dejan de hacer lo que estén haciendo para responder cuando llamas por teléfono.
…incomodan a su propia familia para invitarte a acompañarlos, porque siguen instrucciones de Dios, aunque no las entiendan.
¿Cómo sé esto? Porque tengo amigos que lo han hecho conmigo.
La visita de estas personas es una oportunidad de purgar tu corazón de la amargura que te está consumiendo, de quebrar tu orgullo y dejarte guiar – y también para permitirles a ellos ser obedientes a la voz de Dios.
¿Oramos juntos para terminar esta reflexión?
Señor Jesús, perdóname por ser tan duro con aquellos que has mandado en tu nombre para consolarme. Ayúdame a entender que no son sus palabras las que necesito, sino su amor. Ayúdame a reconocer que aunque no sepan que decir, no se quedaron en casa sin hacer nada. Perdóname por rechazarlos cuando me piden que no pelee contigo. Y tráeme más amigos… de verdad los necesito. En tu nombre Jesús, Amén.
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