En otras ocasiones hemos hablado de la tristeza “buena” que es útil para regresar a Dios. Esta contrasta con la tristeza mundana que nos hace lamentar la pérdida de nuestra reputación, o la pérdida de nuestros beneficios. Recién leía en mi Biblia una historia de un pueblo entero que experimentó esta “buena tristeza”.

Esdras fue un funcionario hebreo (y también sumo sacerdote) esclavizado en Babilonia. El pueblo de Judá estaba cautivo después de décadas de adoración perversa a ídolos. Vivían gobernados por una serie de reyes cobardes y crueles que llegaban al poder asesinando a sus predecesores.  Al acabárseles las oportunidades para arrepentirse, Dios los lleva cautivos a Babilonia, en una forma humillante para una nación engreída.

Muchos años después, Dios movió el corazón del rey Ciro, gobernante del imperio persa. Éste permitió a estos exiliados que regresaran a su tierra. Los que volvieron usaron este tiempo para educarse en las Escrituras, ofrendar y administrar el dinero, y empezar a construir. Eran tiempos de paz para todos.

Pero conforme fueron aprendiendo más sobre el Dios que sus antepasados habían abandonado, empezaron a horrorizarse. Lo que sus maestros les enseñaban indicaba que aún vivían en pecado. El mismo Esdras se hundía en tristeza, mientras magnificaba a Dios por su bondad:

A la hora del sacrificio me recobré de mi abatimiento y, con la túnica y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí mis manos hacia el Señor mi Dios, y le dije en oración:

«Dios mío, estoy confundido y siento vergüenza de levantar el rostro hacia ti, porque nuestras maldades se han amontonado hasta cubrirnos por completo; nuestra culpa ha llegado hasta el cielo. Desde los días de nuestros antepasados hasta hoy, nuestra culpa ha sido grande. Debido a nuestras maldades, nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes fuimos entregados al poder de los reyes de los países vecinos. Hemos sufrido la espada, el cautiverio, el pillaje y la humillación, como nos sucede hasta hoy.

»Pero ahora tú, Señor y Dios nuestro, por un breve momento nos has mostrado tu bondad al permitir que un remanente quede en libertad y se establezca en tu lugar santo. Has permitido que nuestros ojos vean una nueva luz, y nos has concedido un pequeño alivio en medio de nuestra esclavitud. Aunque somos esclavos, no nos has abandonado, Dios nuestro, sino que nos has extendido tu misericordia a la vista de los reyes de Persia. Nos has dado nueva vida para reedificar tu templo y reparar sus ruinas, y nos has brindado tu protección en Judá y en Jerusalén. Esdras 9:5-9 NBD

El pueblo reaccionó casi de forma unánime a la exposición de la Palabra de Dios. Esdras los dirigió en una ceremonia de arrepentimiento y celebración por haber hallado la verdad. También los guió en forma enérgica a tomar acciones que evidenciaban que querían cambiar. Esdras no dejó que vivieran engañados por esta aparente paz. Les hizo ver “¡esta es una segunda oportunidad para nos limpiemos de pecado antes de que atraigamos de nuevo la ira de Dios!”

En la vida cristiana a veces nos engañamos cuando después de una temporada de angustia por haber sido sorprendidos en pecado, viene una etapa de calma. “¡Nunca había sentido a Dios tan cerca!”, “Se acabó mi pecado, ahora Dios me da paz”, decimos.

No dudo que Dios pueda traer paz inmediata al que lo busca. Pero no nos confundamos. El elemento clave es el arrepentimiento genuino, esa “tristeza buena”. Si estás en paz, pero sin arrepentimiento, probablemente estás viviendo tus últimas oportunidades antes del juicio de Dios.

¿Piensas entonces que vas a escapar del juicio de Dios, tú que juzgas a otros y sin embargo haces lo mismo que ellos? ¿No ves que desprecias las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere llevarte al arrepentimiento? Romanos 2:3-4 NBD

La secuencia correcta para vencer el pecado, empieza con arrepentimiento. Luego esa tristeza te impulsa a hacer cambios para alinearte a las instrucciones de Dios. Luego seguirán más batallas para dar muerte a tu naturaleza pecaminosa. Y vivirás siempre cultivando esa “tristeza buena” para mantenerte cerca de la cruz de Cristo. Si estás en este proceso, estás viviendo lo que la Biblia llama santificación.

Terminemos reflexionando. ¿Es la paz que vives un resultado de haber terminado batallas contra el pecado? ¿O es una última oportunidad antes de que Dios derrame sobre ti su ira? ¿Necesitas hoy pedir a Dios que ponga en ti ese arrepentimiento?