La primera vez que supe que necesitaba ayuda para dejar el pecado sexual fue al terminar de desayunar. Bueno, desayunar por segunda vez en una misma mañana. Fue durante uno de los peores años de mi vida. Estaba hundido en pecado sexual, ataques de ansiedad y deseos de suicidarme. Trabajaba en un vecindario rodeado de cafés y restaurantes. Usualmente salía en mis recesos a comer, y usualmente funcionaba el truco; regresaba de buen humor para seguir unas horas más. Pero esa vez me decepcionó que uno de mis desayunos favoritos no me causara “alegría”.

Muchos de mis compañeros de trabajo sabían de esta conducta mía. Al volver una compañera me preguntó: “¿Ya te sientes mejor?” Y mi respuesta fue “No, esta vez no.”

En ese momento no identificaba que mis hábitos tenían nombres como “trastorno alimenticio”, “compulsión”, “pecado sexual”. Ahora sé que recurría a las conductas sexuales por las mismas razones que buscaba comida: Para aliviarme, para conectarme, para sentirme especial:

  • Comer me ayudaba a olvidar el abuso sexual. No pensaba conscientemente en ello, pero si hacía una pausa, empezaba a sentir algo como “una cosa muy mala sucedió hace años, algo de lo cual tienes miedo”. La comida era una distracción socialmente más aceptable que el sexo para recurrir en cualquier momento del día.
  • Si el placer sexual fuera del matrimonio es una forma de crear falsa intimidad, la comida también me servía para crear esa ilusión. Invertía en restaurantes para seguir viendo a alguien que ya no debía ver. No había verdadera intimidad de corazón, sólo la ilusión de conversación… mientras había comida en lugares caros. Se acababa la comida, se acababa la conversación.
  • Dejé de comer en la época en la que hacía ejercicio excesivo, y luego comía para ocultar mi cuerpo. Creo que uno de los derivados más trágicos del abuso sexual es cuando uno empieza a odiar su cuerpo por lo sucedido. Uno lo cubre inconscientemente con una capa de grasa para desfigurarlo. Digo esto con precaución y respeto. No es que esto sea el caso de todas las personas que suben de peso, pero fue lo que me sucedió a mí. He conocido a otras personas que se odian a sí mismas por los actos sexuales cometidos y deciden inconscientemente castigar su cuerpo subiendo de peso.
  • También comía como una forma de identidad. Cuando una identidad es muy frágil, usamos cualquier cosa para sustituirla. Mi identidad como hombre estaba muy dañada. Por eso la comida me daba un sentido de ser único y especial: “Yo solo como cosas orgánicas/hechas en casa”, “yo si sé distinguir sabores exóticos”, “yo soy el primero en probar un restaurante nuevo y el primero en dejarlo cuando se vuelve popular” (hago una pausa para sorprenderme de mí mismo).

El problema con la comida no está en la comida misma. Los alimentos no son morales o inmorales en su naturaleza. Más bien son una provisión de Dios para funcionar, y también una fuente legítima de placer. El problema es cuando comemos más allá de lo que es sano, más allá del dinero que tenemos, porque nos sentimos solos, molestos, ansiosos o necesitados de control… y recurrimos a la comida como un dios para que nos calme. Lo mismo sucede con cualquier actividad o placer que Dios ha creado para nuestro gozo.

Y a pesar de que lo que el mundo nos ofrece falla con la misma facilidad con la que nosotros nos fallamos a nosotros mismos, seguimos buscando el próximo bocado, el próximo trago, la próxima compra, el próximo orgasmo que nos salve de nuestra vida, y esperando que “esta vez” sí quite el dolor para siempre. Esta es la invitación del mundo y es una locura. Porque el mundo no tiene lo que se necesita para redimirnos. Todos seguimos en peligro de convertir al mundo en nuestro dios. Todos estamos necesitados de arrepentirnos de nuestros malos caminos y regresar al único Salvador.

Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor. Hechos 3:19 NVI

Este es uno de mis muchos intentos por buscar salvación del dolor y del pecado en lo que el mundo ofrece. Aunque el camino aún no termina, Dios me ha permitido por su gracia avanzar en la recuperación. Ahora quiero invitarte a pensar si hay alguna actividad que se haya convertido en un dios en tu corazón. Piensa si hay un ídolo que mientras tenga su altar en tu vida, será un estorbo en tu relación con Dios. ¿Necesitas arrepentirte de ello hoy mismo y volverte a Él?