Hay muchos enfoques para definir la infidelidad de una esposa; como trauma, como adicción sexual, como resultado de las carencias afectivas en el matrimonio. Pero yo encuentro que el enfoque superior es definirlo como pecado.

En mi experiencia como consejero he descubierto que en la mayoría de ocasiones ellas no cometieron una infidelidad de una sola ocasión. Han sido años de la misma conducta. Desde la consejería, podría afirmar que se trata de adicción sexual, entendida como una conducta repetitiva que ya está se salió de control. Es una conducta que ha irrumpido en su vida familiar, espiritual y laboral, y que tiene un patrón. Mira estos ejemplos que he conocido, muestran que la infidelidad no es un incidente aislado:

  • Un hombre me comentaba que su esposa había sido constantemente infiel durante alrededor de 20 años. Cuando le pregunté desde cuándo, me comentó que probablemente desde el día de la boda.
  • Otro hombre descubrió que su esposa había estado con siete hombres en diferentes ocasiones mientras ya era su novia.
  • Alguien descubrió que su esposa había sido infiel en todos sus noviazgos antes de que él la conociera.

La perspectiva de la consejería o la terapia nos ayuda a estructurar el problema para enfrentarlo. Pero la perspectiva del evangelio, definir la infidelidad como pecado nos guía a entender que solo Cristo puede limpiarlo.

Quiero dirigirme al lector que ha pasado por la traición de su pareja. Necesito llamar su atención al hecho de que no hay que trivializar lo sucedido llamándolo “confusión” o “debilidad de ella”. Tampoco fue “un descuido mío”, “un error que nunca más va a repetirse”. La posibilidad de recuperarse está en aceptar que quizás está viviendo con una mujer que está en constante pecado. Ella necesita con urgencia regresar a Cristo, o probablemente nunca lo ha conocido como su Salvador.

Si una pareja tiene esperanza de reconciliarse, necesita hacerlo a través del arrepentimiento genuino y la gracia de la cruz. No hay programa o terapia que produzca un efecto duradero si no tiene como centro a Cristo. Pero también puede significar que la restauración no sea posible, al menos no mientras su esposa no se arrepienta y deje el pecado.

Hace unos meses hablaba con un amigo que tenía la duda sobre seguir con su esposa o no (no estamos tratando acá si los cristianos pueden divorciarse o no, eso es para otra conversación). Este hombre había mantenido su compromiso matrimonial y seguía proveyendo financieramente para su hogar. Había cumplido con el rol de un padre para sus hijos, y estaba buscando fervientemente al Señor. Mientras tanto su esposa seguía en una relación con otro hombre, relación que ya no era oculta para nadie.

Este amigo me decía que empezaba a ver los efectos en sus hijos pre-adolescentes. Ellos ya estaban absorbiendo conceptos como “cuando sea grande, está bien tener a dos parejas a la vez”, y “ser hombre significa quedarse callado cuando uno ve algo malo en casa”.

Por eso nos sentamos a evaluar la situación una vez más, y le expliqué, “ya pasó más de un año desde que tu esposa empezó esta otra relación. Es momento de dejar de enfocarnos solamente en la perspectiva financiera o legal, o la perspectiva de tus hijos, y evaluar si aún vas en el mismo camino con tu esposa. Ella a pesar de conocer la Biblia, decidió abrazar el pecado como estilo de vida, y ya no ve como un problema tener a un esposo y a un ‘novio’ a la vez”.

Entender la infidelidad de tu esposa como pecado recurrente puede ser un pensamiento aterrador:

  • “¿Mi esposa está haciendo esto porque no ha sido salva?”
  • “¿A dónde nos llevará ésta situación si ella decide nunca buscar a Cristo?”
  • “¿Está en riesgo la vida espiritual de nuestros hijos?”

Pero también puede ser una verdad esperanzadora para la restauración:

  • “¿Puedo darle una oportunidad a la reconciliación, así como Cristo ha perdonado mis muchos pecados?”
  • “Cristo es suficiente para transformar el corazón de mi esposa”, y
  • “¿Quizás no se trata de un fallo que cometí como hombre, sino de un pecado que ella traía en el corazón desde antes que la conociera?”

Amigo, comprendo, definir la infidelidad de tu esposa como pecado es un arma de doble filo, te lastima de nuevo pero es la única manera de encontrar esperanza. Si estás pasando por esto, te animo a procesar de ahora en adelante todos los consejos que escuches y toda la información que encuentres desde el enfoque del evangelio.