Cuando terminé el curso de 60 días para ser libre del pecado sexual, se hizo evidente que otras áreas de mi vida eran un desastre también. Al dejar de ahogar mis emociones con sexo, noté que mi otra costumbre para calmar el dolor o la ansiedad, era comer. Aprendí una nueva palabra, glotonería. Darme atracones de comida esporádicamente, cuando algo me hacía sentir mal, aunque no tuviera hambre. El pecado de glotonería era una parte del mismo dolor y compulsión. Incluso me di cuenta que en momentos de tentación sexual, según yo ya era libre pues no recurría a un acto de pecado, pero ahora buscaba comida para calmarme.

Busqué ayuda en un curso adicional del ministerio Setting Captives Free, llamado The Lord’s Table. Allí pude sanar de mi dependencia de la comida. Aprendí allí que la glotonería y lo que se denomina emotional eating, también son pecados, pues son formas de poner mi confianza en la comida, confianza que debería ser solamente en Dios.

Tanto el programa original de 60 días que usábamos en este ministerio para dejar el pecado sexual, como el programa para luchar con los trastornos alimenticios, fueron traducidos del idioma inglés. Al final de cada lección había tres preguntas. Una de ellas decía: ¿Festejaste en la Palabra? Esta era una frase que nunca entendía, ni en español, ni en inglés, “Did you feast in the Word?” Pensaba que era una mala traducción nada más.

Sin embargo, en este segundo curso, The Lord’s Table, todo cobró sentido.

Feast es una palabra que se traduce como “comer un banquete”. Una enseñanza recurrente en este curso, es que la Biblia se describe a sí misma en términos de comida:

Cuando me hablabas, yo devoraba tus palabras; ellas eran la dicha y la alegría de mi corazón, porque yo te pertenezco, Señor y Dios todopoderoso. Jeremías 15:16 DHH

Como bebés recién nacidos, deseen con ganas la leche espiritual pura para que crezcan a una experiencia plena de la salvación. Pidan a gritos ese alimento nutritivo ahora que han probado la bondad del Señor. 1 Pedro 2:2-3 NTV

No me he apartado de tus ordenanzas, porque me has enseñado bien. ¡Qué dulces son a mi paladar tus palabras!; son más dulces que la miel. Tus mandamientos me dan entendimiento; ¡con razón detesto cada camino falso de la vida! Salmos 119:102-104 NTV

Timoteo, si les explicas estas cosas a los hermanos, serás un digno siervo de Cristo Jesús, bien alimentado con el mensaje de fe y la buena enseñanza que has seguido. 1 Timoteo 4:6 NTV

Devorar. Cuando leí esa palabra me pude describir la sensación que tenía cuando hacía cada lección de estos cursos. Esa sensación tenía cuando hacía las lecciones del curso para dejar el pecado sexual. La misma sensación regresó luego en este programa para dejar los trastornos alimenticios. Estaba tan necesitado que quería absorber rapidísimo todo el contenido. Quería que pronto se volviera parte de mí, que se metiera hasta en mis huesos, porque estaba vacío.

Volví a leer varias veces 1 Pedro 2:2-3. ¡Alimento de bebés! Eso era para mí cada verso, cada verdad de las lecciones. Yo sentía que no sabía nada, que quería ser un pequeño otra vez, aprendiendo todo lo que pudo haberme evitado el pecado sexual. Fue entonces cuando esta ilustración vino a mi mente:

Siendo maestro de educación primaria, muchas veces enseñé a mis alumnos los procesos de digestión en el cuerpo humano: como el alimento se quiebra en pedacitos y se disuelve en el torrente sanguíneo, hasta llegar a todo el cuerpo y alimentar los tejidos. La comida del día se vuelve en cierta manera, parte de quien soy y sirve para mantenerme vivo.

De una manera muy real comprendí el concepto de que Su Palabra era para mí como comida. Necesitaba empezar con pedazos pequeños porque no podía tragar mucho, darle tiempo para que se disolviera y circulara en mi interior, que se convirtiera en parte de quien soy, y repetir al día siguiente. Necesitaba saber masticarla, aprovecharla y disfrutar su sabor. Algunas escrituras me supieron como miel, otras eran muy amargas porque me confrontaban con el dolor del arrepentimiento.

Aprendí como mi hambre física y mi hambre espiritual a veces iban de la mano. Descubrí que cuando quería ahogar mis emociones en un pedazo de pastel, podía correr a mi Biblia a comer algún pedacito de consuelo, de identidad, o de paz. Al día siguiente, ya tenía hambre otra vez en mi alma. Desde entonces, sigo esforzándome por afianzar el hábito diario de lectura bíblica. He aprendido que Su Palabra es ese banquete fino lleno de delicadezas que me hacen fuerte y me transforman. Sus palabras poco a poco se han hecho ya parte integral de quien soy en Cristo Jesús.

¿Has tenido tú alguna vez una profunda necesidad emocional que sólo se llena con la Palabra? ¿Qué puedes hacer hoy para empezar a llenar esa necesidad? Comenta abajo si así lo deseas.