Una de las situaciones más difíciles que pasé durante la restauración de mi matrimonio, fue que empecé a extrañar a la mujer con la que había engañado a mi esposa. Sentía un gran dolor después de que terminamos.

Extrañaba lo buena que era conmigo. Era fantástico cuando estábamos juntos. Me hacía sentir fuerte y realizado como hombre, me hacía sentir deseado e importante.  Todo esto era como un romance de Hollywood, pensaba que todo era fabuloso y pensaba que ella era increíble, la mejor amante que hubiera tenido.

Cuando terminé con ella para regresar al hogar, pensaba que lo normal dentro de una relación que se termina o se va, es pasar por un período de duelo por la pérdida. Y eso fue lo que hice en silencio. Sin embargo, Dios puso en mi corazón que el duelo por el pecado no era el camino hacia la santidad. Mantener el duelo por una relación de adulterio estaba evitando el crecimiento personal, espiritual y emocional, en lo personal y en lo matrimonial.

Por supuesto, las emociones eran muy reales. Sin embargo su origen estaba en premisas falsas. La tristeza era horrible y podía casi tocarla, pero su origen era egoísta. Estaba llorando por que ya no tenía las palabras que me afirmaban como hombre. La sensación de soledad era angustiante, pero en realidad lo que extrañaba de su compañía era el contacto sexual. Y en el centro de todo, estaba mi egoísmo. Estaba triste por mí mismo, por mi pérdida. Pero poco me importaban las emociones de mis hijos y mi esposa, ni tampoco las emociones de la mujer con la que estuve a quien involucré en pecado. Tampoco estaba haciendo duelo por haber estado separado de Dios todo ese tiempo.

Todas estas sensaciones tenían su origen en el pecado que había cometido. No estaba haciendo duelo por una relación saludable, sino por una relación que me hacía enemigo de Dios y me alejó de mi familia.

Aunque mis sentimientos eran reales, reconocí que debía ocuparme de ellos trayéndolos a Cristo para que fueran renovados y santificados. Seguir lamentando un pecado mantendrá vivos en nuestra alma sus efectos durante años, aunque ya no lo estemos ejecutando en un acto sexual. Y ese continuo lamento engendrará el deseo de regresar al pecado.

Dejo para tu consideración algunos principios que me sirvieron para atravesar el dolor que sentía:

  1. Reconocí que lo que llamaba “romance” o “aventura” fue un pecado según la Palabra de Dios.
  2. Acepté que como pecado, era algo que Dios me llamaba a abandonar.
  3. Hablé la verdad con Dios con respecto a mis sentimientos de nostalgia, y así pude utilizarlos como materia prima para hablar acerca del adulterio conmigo mismo y con Dios.
  4. Cuando el dolor venía a mi corazón, empecé a orar algo como esto: “Padre celestial, no he perdido nada que sea necesario para seguir viviendo. Lo que perdí fue un pecado. Y ese pecado era destructivo para mí. Por lo tanto, te declaro que me alegra que terminara. Es bueno para mí que terminara. He tomado la decisión adecuada. Me quedo contigo y con mi esposa. Amén”.

¿Estás sintiéndote adolorido por haber dejado una relación de pecado? ¿Cuál de estos principios podría ayudarte a regresar a Dios?